Page 243 - San Luis Bertrán Eixarch
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Cuando llegó el día, volvió la cabeza y miró

            fijamente a San Juan de Ribera, su querido
            Arzobispo y antes de decir sus últimas palabras,
            le dijo: “Monseñor, despídame, que ya me muero.

            Dadme vuestra bendición‖.
                  Es notable cómo San Luis Bertrán, con su
            vida y su predicación, honra a su pariente San

            Vicente Ferrer. Constituyendo juntos dos
            verdaderas columnas, análogas a las que puso
            Salomón a la entrada de su Templo. Una

            simboliza a Elías y la otra a Eliseo. No en vano
            las últimas palabras de San Luis, fueron: ―Padre

            mío, llevad mi alma en tu Áureo Carro de Fuego de
            Israel.‖  (Fr. Antist, p.12).
                  En ese mismo momento una luz intensa
            llenó la habitación. Concedió la Divina

            Majestad, que antes de la resurrección de los
            muertos, San Luis se dejara ver glorificado. Su

            cuerpo adquirió una belleza y transparencia
            admirables, al punto que parecía hecho de cristal
            de roca. Podían los que allí estaban verse sus
            propias manos y rostros, como si se estuvieran

            mirando en un espejo. Esta maravilla que deja
            ver el cuerpo sutil de la resurrección, es muy

            escasa en la Iglesia y semejante a lo que se canta


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